viernes, 13 de enero de 2012

Embrutecimiento, cosificación y conformismo


Siempre me pregunto la razón que tiene un desconocido para en cumplimiento de órdenes hacer daño a otra persona, sin sentir que hace daño ni tener remordimientos. Antropológicamente es una conducta anómala, el ser humano puede hacer daño a otro pero si no siente que lo hace es un psicópata, y considerando que no es posible que todos los policías sean psicópatas, por algún mecanismo inconsciente deben estar controlados para herir al semejante. En las sociedades jerarquizadas como la que vivimos lo más normal es justificarlo diciendo que cumplen órdenes, o sea que el policía que da una paliza a una mujer desamparada e indefensa nos dirá que sólo cumple órdenes. La psicología social habla de Teoría de la Cosificación para describir esta conducta según la cual una persona se ve como un simple instrumento que realiza los deseos de otra y, por lo tanto, no se considera responsable de sus actos. Para probar esta teoría, en los años 60 uno de los psicólogos más controvertidos del s.XX, Stanley Milgram, hizo un experimento, muy famoso desde entonces, el experimento Milgram.

En 1979, el director francés Henri Verneuil hizo una reconstrucción del experimento en la película "I... Comme Ícare":



El descubrimiento de "la extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento de la autoridad", conmocionó el mundo. Acaba de juzgarse a Adolf Eichmann, un hombre corriente con una vida normal que había participado en el Holocausto sin tener nada particular en contra de los judíos. ¿Era esto posible? Milgram demostró como la autoridad se impone a los imperativos morales, la banalidad de la obediencia.

Unos años después de Milgram, en la Universidad de Stanford, una de las Universidades más prestigiosas del mundo y corazón de Silicon Valley, en su centro de desarrollo de las Nuevas Tecnologías, se llevo a cabo otro experimento muy conocido, el experimento de la Cárcel de Stanford.




El experimento se descontroló rápidamente y tuvo que ser cancelado a la primera semana. Los guardias, a pesar de los condicionantes previos de no violencia o no causar excesivos miedos, se corrompieron y se descontrolaron al sentir el poder que podían ejercer sobre otros. Los prisioneros a su vez, sufrieron y aceptaron un tratamiento sádico y humillante a manos de los guardias sin protestar. Abu Ghraib latía en los mismos sótanos del edificio donde nacía la era de internet.

El policía que atemoriza a una indefensa siente ese poder "total" en sus manos, su voluntad es la única ley que existe en ese momento. Pero ese policía que actúa como un Dios cruel es sólo un su insignificante tornillo del enorme engranaje del Estado, y lo sabe y lo vive todos los días haciendo mil veces el saludo a mil políticos, es sólo un figurante del gran teatro del mundo. No comprende ni conoce las razones últimas por las que él esta esa noche intimidando y agrediendo a inocentes y no en su casa embruteciéndose con Tele5. No tiene ni la preparación ni la información, pero tampoco le importa, es fácil obedecer y tomar las decisiones basadas en el grupo y en la jerarquía. Es la Teoría del Conformismo.

Y queda sin tratar hoy el "odio y fanatismo ideológico" que destila ese policía en su actuación, seguramente producto de la intensa fumigación de "fanatismo" que hacen los medios de comunicación (que no de información) en la sociedad, y que hace que ese policía odie y maltrate a unas personas a las que no conoce y que nada han hecho.

Escribía Nietzsche en "Humano, demasiado Humano": Quizá la humanidad no sea más que una breve fase de la evolución de una especie de animales; de manera que el hombre, habiendo sido mono, vuelva a ser mono. Así como la civilización romana volvió a la barbarie, así toda la civilización humana podría volver al embrutecimiento. Si podemos preverlo, procuremos evitarlo.

Cosificación y conformismo, en Plaza Catalunya o en la Puerta del Sol.


Un última reflexión: la cuestión del Estado como monopolio, dícese que legítimo, de la violencia. Esa legitimidad es un poder tan inmenso que sólo puede hacer una cosa: corromper. Cabe preguntarse si puede existir el imperio de la ley, por mil Constituciones que hagamos, porque cuando alguien monopoliza la violencia por fuerza monopolizará la ley.